Cinco cosas, solo cinco. Escribe cinco cosas y luego vuelve a ser adulta. Vamos a jugar. Cierra los ojos e imagina. Cierra los ojos y olvida los deberías y el dolor en lado izquierdo del estómago por haber comido algo que (oh sorpresa) no deberías. Escribe cinco cosas, vacíate el cerebro y luego vuelve a ser adulta. Enfréntate al trabajo, a la pareja ausente, a la hija que crece aunque tú no sepas si estás preparada, a volver a casa de tus padres, a los padres enfermos, pero «bien», a los cambios, a las decisiones, a las cuentas del banco, a saber que no puedes aunque quieras, que no has podido aunque has querido, que estaba ahí y se te escapó de las manos porque no tenías.
Entro al baño y el olor me transporta a hace más de veinte años. Huele a verano. Hoy he bajado por primera vez con H a la piscina. Y nos hemos bañado, en la pequeña, claro. Pero juntas, hemos jugado a chapotear y salpicarnos, a estar de pie y tiritar.
Dicen que han quitado el cloro y lo han sustituido por una sales chungas. A mí me sabe (y me huele) igual.
Tengo el cuerpo cansado. Me flipa de la piscina lo que me agota la piel, los músculos, el cerebro… Teorizo y sospecho que posiblemente sea al revés, que lo que hace es relajarme tanto que recupero conciencia de mi cuerpo. Propiocepción se llama. Los bebés la desarrollan. A los adultos se nos supone.
Vuelvo al último curso de teatro que hice. Vuelvo y me echo de menos. Otra vez. Recuerdo la sensación de estar haciendo algo distinto. Y grande. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera seguido aquel camino.
No entres Anat, no cruces el puente, no arriesgues ahora, tienes que ser adulta, tienes que trabajar.
No agradezco suficiente los días de instituto. Y es una pena. Fueron buenos tiempos. Mucho mejor de los que pensé entonces. Posiblemente peor de lo que recuerdo ahora.
El reto de mantener la bandeja de correo a cero se ha ido al traste en menos tiempo del que esperaba.
Es un asco. Tengo claro cuál es el problema. Me siguen interesando demasiadas cosas. Y no tengo tiempo para todo. Especialmente cuando soy la madre que quiero ser (bueno, o, al menos, intento). He borrado dos veces ese pronombre que mientras me río sola imaginando pares mínimos y otras vicisitudes de clases de lengua.
Este viaje me ha regalado ya dos conversaciones esplendorosas y un nubarrón. Y solo llevo 24 horas ¿qué me deparará mañana? Gracias Marta y Penélope, Instagram y tener tiempo para pasear por la calle. Gracias a las sonrisas y al hablar claro. Gracias H, por hacer de puente allá donde vas.
Las cinco cosas ya están. Es hora de ponerse a currar.